martes, 20 de junio de 2017

El Poder de la mente: Mesmerismo

El mesmerismo, la cura para todo en la que Mozart confió y a la que Benjamín Franklin desmintió
Phillip Ball
Serie Historias de Ciencia de la BBC
15 enero 2017
París, 1784. Algo revolucionario está en tela de juicio. Acusado de fraude está un doctor alemán llamado Franz Anton Mesmer. Alega que puede curar a sus pacientes con algo llamado "magnetismo animal". ¿Curandero, charlatán o visionario?
El veredicto está en manos de un comité de expertos nombrados por el gobierno, que incluye a dos de los más renombrados científicos experimentales de la era: el químico Antoine Lavoisier y el inventor estadounidense Benjamín Franklin.
La investigación oficial de los métodos de Mesmer fue una de las primeras ocasiones en las que lo que ahora podríamos llamar parapsicología enfrentó un meticuloso escrutinio científico.
El desafío para Lavoisier y Franklin no era muy distinto al que enfrentamos hoy en día: ¿con cuánta confianza podemos definir de qué es capaz la mente?
Mesmer nació en 1734 en un poblado cerca del lago de Constanza en la región de Suabia en el sur de Alemania, que entonces era parte del Sacro Imperio Romano Germánico.
Estudió Derecho antes de inscribirse en Medicina en Viena en 1759.
En ese entonces, se creía que la salud era gobernada por los astros. La idea era antigua, pero la teoría de la gravedad de Isaac Newton parecía darle la razón: quizás las estrellas, planetas, el Sol y la Luna actuaban con la fuerza de gravedad.
Según Mesmer, la gravedad celestial afectaba un fluido invisible en el cuerpo, como lo hacía con la marea. Ese flujo y reflujo podía desequilibrar el espíritu y causar desórdenes mentales.
Con su teoría de la "gravitación animal" se graduó en 1766. Tras casarse con una viuda rica, todo parecía apuntar a que le esperaba una vida próspera como médico vienés.
Con música de fondo
En la casa de su primo Joseph, Mesmer conoció a un niño prodigio que se convirtió en amigo de la familia: el joven Wolfgang Amadeus Mozart.
Mesmer y su aristocrática esposa invitaron al niño a tocar en su propia sala, y una de sus óperas juveniles fue estrenada en su jardín.
El médico amaba la música; él mismo tocaba la armónica de cristal, y bien, según el padre de Mozart, Leopold.
En donde los Mesmer, Mozart conoció a Francisca Oesterlin, o Franzl, una joven que vivía con ellos y que padecía una "debilidad nerviosa": era propensa a episodios de vómitos, desmayos, ceguera, depresión y delirio... ¿quizás un tipo de epilepsia?
En esa época, no había un tratamiento efectivo para tal condición, pero a Mesmer se le ocurrió que si las corrientes de este fluido invisible en el cuerpo del paciente eran como los movimientos del fluido que -se pensaba- producían la fuerza magnética, podía usar imanes para controlarlos.
Le puso dos imanes en forma de herradura en sus pies y uno en forma de corazón en el pecho y Franzl pronto se mejoró y se casó con el hijastro de Mesmer.
Unos años después Mozart le escribió a su padre...
"Estoy escribiendo esto -¿en dónde crees?- en el jardín de los Mesmer. Franzl, ahora Frau von Posch, está aquí. No te la puedes imaginar, te lo juro. Casi no la reconozco, está tan grande y fornida. Tiene tres hijos, dos niñas y un joven caballero... todos creciendo muy fuertes y sanos".
Aplicando imanes
Mesmer usó esta magnética cura en otros pacientes que sufrían de lo que él llamaba epilepsia, histeria y melancolía, con el mismo resultado positivo.
Las noticias de su éxito se regaron por toda Viena y pronto otros médicos practicaban curas magnéticas.
Mesmer argumentaba que todos poseemos una cualidad llamada "magnetismo animal", la cual afecta nuestra salud, y que los imanes podían manipularla.
Estableció una clínica en su casa en la que sus pacientes podían sumergir sus manos o pies, e incluso todo su cuerpo, en baños llenos de lo que él llamaba "agua magnetizada".
Su fama creció; Mesmer fue invitado a cuidar de nobles y dignatarios en Hungría y Suiza. A veces, ni siquiera usaba imanes, sólo sus manos, pues supuestamente le bastaba su propio magnetismo animal.
Un diario suizo describió la sensación que causaba:
"El doctor Mesmer, famoso por sus curas con imanes y la teoría del magnetismo animal, llegó a este distrito. Ha estado demostrando su sistema con los maravillosos poderes que ejerce sobre quienquiera que tenga un desorden nervioso. Con poco más que tocar su mano, puede restaurar el movimiento y sensación a extremidades paralizadas y desvanecer desmayos, vértigos, problemas estomacales y toda clase de síntomas histéricos (...)
Si sus afirmaciones responden a nuestra expectativa, su descubrimiento no sólo es maravilloso sino también una gran bendición para la humanidad".

Un caso desafortunado
En 1777 Mesmer aseguró que había curado la ceguera a una niña de la corte imperial austríaca llamada Maria Theresia von Paradies, quien llegó a ser una de las más famosas pianistas, cantantes y compositoras de Europa.
Tocaba tan bien el piano que se llegó a decir que Mozart compuso un concierto para ella.
Pero cuando Mesmer supuestamente le devolvió la vista, arruinó su capacidad para tocar, que sólo recuperó cuando volvió a quedarse ciega.
Esta historia derramó la copa de otros doctores vieneses, quienes acusaron a Mesmer de fraude. Cansado de la animadversión y del escándalo, en 1778 viajó a Paris para tratar de empezar de nuevo.
Allá montó un consultorio muy lucrativo.
Se inventó un tipo especial de baño lleno de agua magnetizada en el que varios pacientes se podían sentar en un círculo tomados de las manos para que el fluido magnético fluyera entre ellos.
Las luces se hacían más tenues y, a veces, Mesmer u otro músico se sentaban en la esquina y tocaban música suave. Luego, caminaba alrededor de la tinaja pasando sus manos sobre los cuerpos de los pacientes con una vara magnética o sin ella, hablando en voz baja.
¡No sorprende que los pacientes reportaran que entraban en un estado de trance!
Pero en 1784, un grupo de sus homólogos franceses que sospechaban de sus curas persuadieron al rey Luis XVI de hacer una investigación oficial sobre los métodos de Mesmer. Y, ¿quiénes mejores que Franklin y Lavoisier para tal tarea?
Otro que formó parte de la comisión real fue el médico Joseph-Ignace Guillotin, cuyo más conocido invento no hizo mucho para la salud de la humanidad, y de hecho fue usado 10 años más tarde para cortarle la cabeza a Lavoisier, quien fue juzgado y condenado durante la Revolución Francesa.
La ciencia como espectáculo
Con su música, gestos, accesorios y carisma, había un elemento fuerte de teatralidad en el tratamiento de Mesmer, que probablemente era vital para su éxito.
Sin embargo, eso no era raro en ese tiempo. A finales del siglo XVIII la ciencia se estaba convirtiendo en un espectáculo.
Las audiencias iban en tropel a ver shows llamados "fantasmagoría", que utilizaban "linternas mágicas" para crear la ilusión de fantasmas y demonios, mientras que "educadores científicos" asombraban a los cortesanos de Europa haciendo trucos con luces, electricidad y magnetismo.
De hecho, en el siglo XIX esta presentación de la ciencia como espectáculo llevó a la realización de conferencias públicas populares, como las famosas Conferencias de Navidad en la Royal Institution en el Reino Unido, en las que Michael Faraday, el principal experto en electricidad y magnetismo de la época, se volvió famoso.
En esa atmósfera, no era siempre fácil distinguir entre la ciencia y la charlatanería.

Nace el experto científico
"Es un caso fascinante. La controversia no era sobre la forma en que Mesmer conducía sus tratamientos (no era extraño en esa época)", explica Simón Schaffer, profesor de historia de la ciencia en la Universidad de Cambridge, Reino Unido.
"La pregunta era si el efecto era realmente algo físico -el magnetismo animal- o pura imaginación".
Lo interesante además es que la pesquisa se hizo en una época en la que apenas se estaban inventando y construyendo de los principios de la investigación científica.
"Tenían que encontrar los métodos indicados para poner a prueba teorías. Y en este caso, fueron extraordinariamente originales: introdujeron ensayos a ciegas, pruebas comparativas, multiplicaron el número de experimentos...".
"Además, se fue definiendo qué es un experto", subraya el catedrático. "Varios de los miembros de la comisión que investigó el mesmerismo no fueron nombrados por conocer el método mismo, sino porque eran expertos en magnetismo, química y el comportamiento de los fluidos".
"Para mí, esa invención de la idea del experto científico como testigo es uno de los aspectos más interesantes y emocionantes de la década de 1780", opina.
Al final, la música
La Real Comisión francesa sobre Mesmer entregó sus conclusiones en agosto de 1784. Habían observado los baños magnéticos en acción, señalando que algunos pacientes se mareaban mientras otros se agitaban y hasta convulsionaban. Incluso se sometieron al tratamiento ellos mismos, sin mucho beneficio.
La existencia de un fluido magnético era, virtualmente por definición, imposible de probar, por ser invisible, insípido e inoloro.
Respecto a los efectos de las curas magnéticas de Mesmer, los comisionados decidieron que funcionaban solamente por el poder de la sugestión: no tenían bases sólidas.
Una segunda investigación de la Real Sociedad Médica concluyó que las ideas sobre el magnetismo animal eran inútiles y quizás hasta peligrosas, y que debería prohibirse su uso.
La reputación de Mesmer nunca se recuperó.
Y, con París camino al caos de la Revolución, perdió gran parte de su fortuna.
Se devolvió a Austria y a Suiza en busca de fondos oficiales para continuar con su trabajo, pero no los obtuvo.
En 1815 murió cerca del mismo lago que había nacido, se dice que mientras escuchaba a un amigo tocar su amada armónica de cristal.
La historia de la medicina está repleta de extrañas afirmaciones y curas milagrosas, pues es así como avanza la ciencia.
Pero la de Mesmer sigue presente un siglo después y su nombre quedó inmortalizado en algunos idiomas: en inglés, por ejemplo, mesmerize significa cautivar, fascinar... figuradamente, hipnotizar.
Además, fuera o no su intención, Mesmer nos alertó sobre el poder de la mente.
Y la pregunta sigue en pie: ¿cuán fuerte es ese poder?

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http://www.bbc.com/mundo/noticias-38573543#

sábado, 17 de junio de 2017

Procesado bajo la acusación de haber escrito una obra que iba "contra la moral pública y religiosa y las buenas costumbres"

BREVE COMENTARIO Y ANÁLISIS DE MADAME BOVARY

Madame Bovary le llevó a Gustave Flaubert más de cuatro años de exclusiva y penosa dedicación. Antes de adquirir su forma definitiva, la novela pasó por varios estadios intermedios. Se sucedieron esbozos, planes, pasajes desechados, varias “versiones primitivas”, antes de quedar acabada esa pieza maestra de la literatura universal, antes de quedar delineado ese personaje “de carne y hueso” hecho de puras palabras precisas.


Flaubert nació en Ruán, el 12 de diciembre de 1821. Sus padres fueron Achille Flaubert, cirujano destacado y librepensador, y Caroline Fleuriot, hija de un médico. Su hermano mayor, Achille, también fue médico, y con Caroline, la hermana menor, le unió una íntima afinidad. En la clínica paterna descubrió las señales del dolor y de la muerte y atisbó los preparados anatómicos. No le gustaron ni la escuela ni el liceo de Ruán: “Allí –escribió en Memorias de un loco– fui ofendido en todos mis gustos: en clase, por mis ideas; en los recreos, por mis inclinaciones al salvajismo solitario. Desde entonces, me convertí en un loco”. También en un escritor porque sus ejercicios escolares son, ya, literarios. Entre 1835 y 1842 ensaya varios géneros: cuento histórico, fantástico, filosófico, psicológico; drama histórico, misterio medieval y relato de viaje. Se notan, allí, huellas de Balzac, de Nodier, de Hoffmann, de Mérimée, de Hugo. El año 1843 acarrea varias desgracias: muere su padre en enero y, dos meses después, su hermana Caroline, al dar a luz. En abril se recluye en Croisset, con su madre y su sobrina pequeña. El retiro, dedicado a la escritura, solo es interrumpido por viajes a Nantes para encontrarse con su amante, Louise Colet. Viaja a Oriente y, al regreso, en junio de 1851, comienza su novela consagratoria, Madame Bovary.

Se ha dicho que el pueblo imaginario de Yonville-l´Abbaye, donde se sitúa la mayor parte de la acción de esta novela, corresponde exactamente al pueblo auténtico de Ry, donde vivió Delphine Delamare, una de las adúlteras desesperadas que inspiró el personaje de Emma. Eugéne Delamare fue un médico, discípulo del padre de Flaubert, que se instaló en Ry, a unos veinte kilómetros de Ruán, y que, viudo, se casó con una joven de diecisiete años, Delphine, que leía novelas románticas y escandalizaba a los lugareños con sus gastos, sus aires de grandeza y dos amoríos muy comentados. La chismografía local habría proporcionado a Flaubert los modelos de Emma, de su marido y de sus dos amantes e, incluso, el esquema argumental: una mujer joven que se casa con un médico mediocre y mucho mayor que ella y que, rebelde a su destino provinciano, sueña con amores y viajes, tiene dos amantes y después, ya sin amor y acosada por las deudas, se suicida. El marido –como Charles Bovary– muere al poco tiempo.

Pero también, anota Henry Troyat en su biografía del autor, Flaubert se inspiró en otras mujeres, reales (por ejemplo, en aquel artículo que leyó en la adolescencia sobre el suicidio de una adúltera y que lo impulsó a escribir, en 1837, una prefiguración de Madame Bovary: el cuento Pasión y virtud) y ficticias: “Cuando escribe su novela, todas las mujeres que ha amado se apiñan en su cabeza y a cada una le roba un poquito de su sustancia. De una toma su cabellera, de la otra el matiz de su piel, de la tercera la coquetería, de la cuarta sus trajes y de la quinta sus sueños de esposa frustrada. Todo esto se conjuga en su mete hasta formar un personaje único que no se parece a ninguno de sus modelos sino a los nervios, la sangre y los impulsos del corazón de su autor. Sí, Flaubert tuvo razón al decir ‘la Bovary soy yo’.” Si bien Flaubert afirmó que Emma Bovary era él mismo, y que había aprovechado su experiencia para construir la novela, también se podrían citar sus negaciones: “Madame Bovary no tiene nada de real. Es una historia totalmente inventada. No he puesto nada de mis sentimientos ni de mi vida (…). El artista debe estar en su obra como Dios en la Creación, invisible y todopoderoso; que uno lo sienta en todo, pero que no lo vea”. Las dos cosas son ciertas: la novela está escrita –como dice Troyal– con los nervios y el corazón del autor pero también, al final, se emancipa de él y de sus fuentes.

Antes de Flaubert, nadie se había atrevido a presentar una heroína de ficción tan rebelde a las convenciones, tan poco resignada con su destino provinciano y aburrido y tan decidida a hacer valer su derecho a la pasión. Madame Bovary es, en el fondo, una violenta réplica a toda la tradición de la narrativa sentimentalista y confesional y una declaración de principios antiromántica que abre una brecha de objetividad y previsión aprovechable, más tarde, por la escuela naturalista (si bien con mucho menos cuidado en lo estético que Flaubert).

En la novela romántica, los héroes o los monstruos sobresalen, brillantes, por encima de la normalidad. Una multitud de personajes grises forma el telón de fondo contra el cual se dibujan los ademanes gráciles y “extraordinarios” del héroe: lo gris, lo mediocre, no existe más que como decoración y contraste, no como tema o sustancia. Por eso, dice Mario Vargas Llosa en su ensayo sobre Madame Bovary (La orgía perpetua), la obra de Flaubert es precursora de la novela moderna, con su interés por lo “ordinario” y su caracterización del antihéroe. El mundo excluido de la novela romántica asoma, con todos sus conflictos nuevos, en Madame Bovary. “Ese limbo intermedio –prosigue Vargas Llosa en su ensayo– pasa a ser metamorfoseado en “belleza” en Madame Bovary, donde todo equidista de aquellos extremos y corresponde a la existencia sin brillo, chata y triste de las gentes comunes (…). Es algo más ancho, que cubre transversalmente las clases sociales, lo que Madame Bovary convierte en materia central de la novela: el reino de la mediocridad, el universo gris del hombre sin cualidades”.

Flaubert creía que la verdadera índole de lo humano es, justamente, la mediocridad y que, por esto, la novela –que solo puede hablar de lo humano– tenía que entrar a fondo en ese reino. Los personajes de la novela –un género burgués– no pueden ser ni héroes ni monstruos (“Nada de monstruos ni de héroes”, le escribió a George Sand en 1875) sino pobres diablos en lucha con la vida cotidiana y con sus sueños compensatorios. Convencido de que la desgracia está hecha de una acumulación de pequeñas calamidades, de que lo propio del hombre es la opacidad y no la gloria, compuso su obra maestra en base a la vida de una pobre mujer con sueños triviales y fracasados. Emma Bovary se enfrenta a su existencia mezquina y tediosa sin más armas que esas fantasías menores, alimentadas por la lectura de novelas “del corazón”. Cree concretar las fantasías a través de aventuras adúlteras con dos amantes sucesivos, de ropas de gala y de viajes furtivos, pero, al final, el abandono y las deudas acentúan su malestar y la llevan al horror final del suicidio. La penosa y larguísima agonía no es, tampoco, fuente de gloria trágica, a la manera de los héroes, sino de drama, de desvelamiento del secreto veneno que se filtra en las fantasías burguesas.

Flaubert, decidido a hablar de temas que el romanticismo había considerado “plebeyos” (y que otros novelistas de la época frecuentaban con cierta mala conciencia, o acaso con el complejo de limitarse –al revés de los poetas o los trágicos– solo a “entretener” al lector de folletines), lo hizo, paradójicamente, con una de las mejores prosas –y tramas narrativas– de todos los tiempos. La “forma” fue, para él, el verdadero asunto; la razón de ser de todo lo demás. Con paciencia y pasión, escribía y reescribía, una y otra vez, como un poeta su verso: “Una buena frase de prosa –le confió a Louise Colet– debe ser como un buen verso, incambiable, tan rítmica, tan sonora”. A la vez que creaba, con el tema elegido, un nuevo universo novelesco, era el primero en plantearse la literatura como un puro problema de lenguaje. Cada palabra era cuestión de vida o muerte. Cada palabra tenía que ser irremplazable: ésa, no otra. No había aproximación posible: la palabra precisa, no otra. 

Madame Bovary apareció en La Revue de París, en seis números, a partir del 1 de octubre de 1856. Al año siguiente, Flaubert sufrió un juicio por inmoralidad. La época no pudo soportar un tema tan “plebeyo” como el adulterio. (El escritor fue procesado bajo la acusación de haber escrito una obra que iba "contra la moral pública y religiosa y las buenas costumbres", pero ganó el juicio. – Las 4,500 hojas manuscritas de “Madame Bovary” en la Red, Diario El País, Cultural, 16/04/2009, EFE)

SOBRE EL AUTOR:

GUSTAVE FLAUBERT (Ruán, 1821 – Croisset, 1880) El escritor francés Gustave Flaubert inicia su carrera como escritor en el liceo de Ruán, donde era alumno interno. En esta época escribe cuentos como La peste en Florencia y Memorias de un loco. A los dieciséis años la revista Le Colibri publica su primer relato. En 1842 se traslada a París y se matricula en la facultad de Derecho, que abandonará dos años más tarde por motivos de salud; a partir de entonces se dedicará por entero a la literatura. En 1845 concluye la primera versión de La educación sentimental, que refundirá entre los años 1864 y 1869. Este hecho ejemplifica la tenacidad de Flaubert, su afán por construir la obra perfecta, que le llevará a reescribir dos e incluso tres veces algunas de sus novelas. A los veinticinco años, tras la muerte de su madre y de su hermana, se traslada con su madre y su sobrina recién nacida a la casa de Croisset, donde prácticamente transcurrirá el resto de su vida. En 1846 comienza sus relaciones con la poetisa Louise Colet, que se prolongarán durante nueve años. Entre 1849 y 1851 Flaubert viaja a Oriente Medio, Egipto, Grecia, Italia, Alemania y Bélgica. A su regreso a Francia empieza a escribir Madame Bovary, cuya redacción le llevará cinco años de trabajo. En esta época se entrega por entero a su labor como escritor, hasta que en 1870 los prusianos ocupan Croisset y Flaubert se traslada con su madre a Ruán. Pasa el año siguiente entre Bruselas y Londres, hasta que se instala en París y vuelve a escribir de nuevo.
Empieza a padecer problemas de salud y sufre agobios económicos: en 1875 sacrifica su escasa fortuna para salvar de la bancarrota al marido de su sobrina. Sus amigos le ayudan a salir del mal paso consiguiéndole un cargo en una biblioteca. Flaubert sigue escribiendo hasta su muerte, en 1880, y deja inconclusa su última novela, Bouvard y Pécuchet, que se publica póstumamente. Además de las ya mencionadas, entre sus obras cabe destacar Salambó, La tentación de san Antonio y Tres cuentos.
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-     Fuente: Enciclopedia de “Historia de la Literatura” de Colección RBA Editores. Volumen V.
-   Club de Lectura y Cine “Leer en imágenes” Biblioteca Pública de Mérida “Jesús Delgado Valhondo” Octubre de 2011
-        www.bibliotecaspublicas.es/merida http://clubdelecturaycine-merida.blogspot.com/

La viralidad de la risa

Interesante reflexión sobre la risa, entre una risa desesperada, incomprensible e insegura o "una risa [que] es afirmación de la vida...