BREVE COMENTARIO Y
ANÁLISIS DE MADAME BOVARY
Madame Bovary le llevó a Gustave
Flaubert más de cuatro años de exclusiva y penosa dedicación. Antes de adquirir
su forma definitiva, la novela pasó por varios estadios intermedios. Se
sucedieron esbozos, planes, pasajes desechados, varias “versiones primitivas”,
antes de quedar acabada esa pieza maestra de la literatura universal, antes de
quedar delineado ese personaje “de carne y hueso” hecho de puras palabras
precisas.
Flaubert nació en Ruán, el 12 de diciembre de 1821. Sus padres fueron
Achille Flaubert, cirujano destacado y librepensador, y Caroline Fleuriot, hija
de un médico. Su hermano mayor, Achille, también fue médico, y con Caroline, la
hermana menor, le unió una íntima afinidad. En la clínica paterna descubrió las
señales del dolor y de la muerte y atisbó los preparados anatómicos. No le
gustaron ni la escuela ni el liceo de Ruán: “Allí –escribió en Memorias de un
loco– fui ofendido en todos mis gustos: en clase, por mis ideas; en los
recreos, por mis inclinaciones al salvajismo solitario. Desde entonces, me
convertí en un loco”. También en un escritor porque sus ejercicios escolares
son, ya, literarios. Entre 1835 y 1842 ensaya varios géneros: cuento histórico,
fantástico, filosófico, psicológico; drama histórico, misterio medieval y
relato de viaje. Se notan, allí, huellas de Balzac, de Nodier, de Hoffmann, de
Mérimée, de Hugo. El año 1843 acarrea varias desgracias: muere su padre en
enero y, dos meses después, su hermana Caroline, al dar a luz. En abril se
recluye en Croisset, con su madre y su sobrina pequeña. El retiro, dedicado a
la escritura, solo es interrumpido por viajes a Nantes para encontrarse con su
amante, Louise Colet. Viaja a Oriente y, al regreso, en junio de 1851, comienza
su novela consagratoria, Madame Bovary.
Se ha dicho que el pueblo imaginario de
Yonville-l´Abbaye, donde se sitúa la mayor parte de la acción de esta novela,
corresponde exactamente al pueblo auténtico de Ry, donde vivió Delphine Delamare,
una de las adúlteras desesperadas que inspiró el personaje de Emma. Eugéne
Delamare fue un médico, discípulo del padre de Flaubert, que se instaló en Ry,
a unos veinte kilómetros de Ruán, y que, viudo, se casó con una joven de
diecisiete años, Delphine, que leía novelas románticas y escandalizaba a los
lugareños con sus gastos, sus aires de grandeza y dos amoríos muy comentados.
La chismografía local habría proporcionado a Flaubert los modelos de Emma, de
su marido y de sus dos amantes e, incluso, el esquema argumental: una mujer
joven que se casa con un médico mediocre y mucho mayor que ella y que, rebelde
a su destino provinciano, sueña con amores y viajes, tiene dos amantes y
después, ya sin amor y acosada por las deudas, se suicida. El marido –como
Charles Bovary– muere al poco tiempo.
Pero también, anota Henry Troyat en su
biografía del autor, Flaubert se inspiró en otras mujeres, reales (por ejemplo,
en aquel artículo que leyó en la adolescencia sobre el suicidio de una adúltera
y que lo impulsó a escribir, en 1837, una prefiguración de Madame Bovary: el
cuento Pasión y virtud) y ficticias: “Cuando escribe su novela, todas las
mujeres que ha amado se apiñan en su cabeza y a cada una le roba un poquito de
su sustancia. De una toma su cabellera, de la otra el matiz de su piel, de la
tercera la coquetería, de la cuarta sus trajes y de la quinta sus sueños de
esposa frustrada. Todo esto se conjuga en su mete hasta formar un personaje
único que no se parece a ninguno de sus modelos sino a los nervios, la sangre y
los impulsos del corazón de su autor. Sí, Flaubert tuvo razón al decir ‘la
Bovary soy yo’.” Si bien Flaubert afirmó que Emma Bovary era él mismo, y que
había aprovechado su experiencia para construir la novela, también se podrían
citar sus negaciones: “Madame Bovary no tiene nada de real. Es una historia
totalmente inventada. No he puesto nada de mis sentimientos ni de mi vida (…).
El artista debe estar en su obra como Dios en la Creación, invisible y
todopoderoso; que uno lo sienta en todo, pero que no lo vea”. Las dos cosas son
ciertas: la novela está escrita –como dice Troyal– con los nervios y el corazón
del autor pero también, al final, se emancipa de él y de sus fuentes.
Antes de
Flaubert, nadie se había atrevido a presentar una heroína de ficción tan
rebelde a las convenciones, tan poco resignada con su destino provinciano y
aburrido y tan decidida a hacer valer su derecho a la pasión. Madame Bovary es,
en el fondo, una violenta réplica a toda la tradición de la narrativa
sentimentalista y confesional y una declaración de principios antiromántica que
abre una brecha de objetividad y previsión aprovechable, más tarde, por la
escuela naturalista (si bien con mucho menos cuidado en lo estético que
Flaubert).
En la novela romántica, los héroes o los monstruos sobresalen,
brillantes, por encima de la normalidad. Una multitud de personajes grises
forma el telón de fondo contra el cual se dibujan los ademanes gráciles y
“extraordinarios” del héroe: lo gris, lo mediocre, no existe más que como
decoración y contraste, no como tema o sustancia. Por eso, dice Mario Vargas
Llosa en su ensayo sobre Madame Bovary (La orgía perpetua), la obra de Flaubert
es precursora de la novela moderna, con su interés por lo “ordinario” y su
caracterización del antihéroe. El mundo excluido de la novela romántica asoma,
con todos sus conflictos nuevos, en Madame Bovary. “Ese limbo intermedio
–prosigue Vargas Llosa en su ensayo– pasa a ser metamorfoseado en “belleza” en
Madame Bovary, donde todo equidista de aquellos extremos y corresponde a la
existencia sin brillo, chata y triste de las gentes comunes (…). Es algo más
ancho, que cubre transversalmente las clases sociales, lo que Madame Bovary
convierte en materia central de la novela: el reino de la mediocridad, el
universo gris del hombre sin cualidades”.
Flaubert creía que la verdadera
índole de lo humano es, justamente, la mediocridad y que, por esto, la novela
–que solo puede hablar de lo humano– tenía que entrar a fondo en ese reino. Los
personajes de la novela –un género burgués– no pueden ser ni héroes ni
monstruos (“Nada de monstruos ni de héroes”, le escribió a George Sand en 1875)
sino pobres diablos en lucha con la vida cotidiana y con sus sueños
compensatorios. Convencido de que la desgracia está hecha de una acumulación de
pequeñas calamidades, de que lo propio del hombre es la opacidad y no la
gloria, compuso su obra maestra en base a la vida de una pobre mujer con sueños
triviales y fracasados. Emma Bovary se enfrenta a su existencia mezquina y
tediosa sin más armas que esas fantasías menores, alimentadas por la lectura de
novelas “del corazón”. Cree concretar las fantasías a través de aventuras
adúlteras con dos amantes sucesivos, de ropas de gala y de viajes furtivos,
pero, al final, el abandono y las deudas acentúan su malestar y la llevan al
horror final del suicidio. La penosa y larguísima agonía no es, tampoco, fuente
de gloria trágica, a la manera de los héroes, sino de drama, de desvelamiento
del secreto veneno que se filtra en las fantasías burguesas.
Flaubert, decidido
a hablar de temas que el romanticismo había considerado “plebeyos” (y que otros
novelistas de la época frecuentaban con cierta mala conciencia, o acaso con el
complejo de limitarse –al revés de los poetas o los trágicos– solo a
“entretener” al lector de folletines), lo hizo, paradójicamente, con una de las
mejores prosas –y tramas narrativas– de todos los tiempos. La “forma” fue, para
él, el verdadero asunto; la razón de ser de todo lo demás. Con paciencia y
pasión, escribía y reescribía, una y otra vez, como un poeta su verso: “Una
buena frase de prosa –le confió a Louise Colet– debe ser como un buen verso,
incambiable, tan rítmica, tan sonora”. A la vez que creaba, con el tema
elegido, un nuevo universo novelesco, era el primero en plantearse la
literatura como un puro problema de lenguaje. Cada palabra era cuestión de vida
o muerte. Cada palabra tenía que ser irremplazable: ésa, no otra. No había
aproximación posible: la palabra precisa, no otra.
Madame Bovary apareció en La
Revue de París, en seis números, a partir del 1 de octubre de 1856. Al año
siguiente, Flaubert sufrió un juicio por inmoralidad. La época no pudo soportar
un tema tan “plebeyo” como el adulterio. (El escritor fue procesado
bajo la acusación de haber escrito una obra que iba "contra la moral
pública y religiosa y las buenas costumbres", pero ganó el juicio. –
Las 4,500 hojas manuscritas de “Madame Bovary” en la Red, Diario El País,
Cultural, 16/04/2009, EFE)
SOBRE
EL AUTOR:
GUSTAVE FLAUBERT (Ruán, 1821 –
Croisset, 1880) El escritor francés Gustave Flaubert inicia su carrera como
escritor en el liceo de Ruán, donde era alumno interno. En esta época escribe
cuentos como La peste en Florencia y Memorias de un loco. A los dieciséis años
la revista Le Colibri publica su primer relato. En 1842 se traslada a París y
se matricula en la facultad de Derecho, que abandonará dos años más tarde por
motivos de salud; a partir de entonces se dedicará por entero a la literatura.
En 1845 concluye la primera versión de La educación sentimental, que refundirá
entre los años 1864 y 1869. Este hecho ejemplifica la tenacidad de Flaubert, su
afán por construir la obra perfecta, que le llevará a reescribir dos e incluso
tres veces algunas de sus novelas. A los veinticinco años, tras la muerte de su
madre y de su hermana, se traslada con su madre y su sobrina recién nacida a la
casa de Croisset, donde prácticamente transcurrirá el resto de su vida. En 1846
comienza sus relaciones con la poetisa Louise Colet, que se prolongarán durante
nueve años. Entre 1849 y 1851 Flaubert viaja a Oriente Medio, Egipto, Grecia,
Italia, Alemania y Bélgica. A su regreso a Francia empieza a escribir Madame
Bovary, cuya redacción le llevará cinco años de trabajo. En esta época se
entrega por entero a su labor como escritor, hasta que en 1870 los prusianos
ocupan Croisset y Flaubert se traslada con su madre a Ruán. Pasa el año
siguiente entre Bruselas y Londres, hasta que se instala en París y vuelve a
escribir de nuevo.
Empieza a padecer problemas de
salud y sufre agobios económicos: en 1875 sacrifica su escasa fortuna para
salvar de la bancarrota al marido de su sobrina. Sus amigos le ayudan a salir
del mal paso consiguiéndole un cargo en una biblioteca. Flaubert sigue
escribiendo hasta su muerte, en 1880, y deja inconclusa su última novela,
Bouvard y Pécuchet, que se publica póstumamente. Además de las ya mencionadas,
entre sus obras cabe destacar Salambó, La tentación de san Antonio y Tres
cuentos.
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- Fuente: Enciclopedia de “Historia de la
Literatura” de Colección RBA Editores. Volumen V.
- Club de Lectura y Cine “Leer en
imágenes” Biblioteca Pública de Mérida “Jesús Delgado Valhondo” Octubre de 2011
- www.bibliotecaspublicas.es/merida
http://clubdelecturaycine-merida.blogspot.com/
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